Sergi Rufi, psicólogo: «Todo el mundo quiere sentirse autosuficiente, pero es el camino directo a la soledad»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Sergi Rufi es doctor en psicología y psicoterapeuta.
Sergi Rufi es doctor en psicología y psicoterapeuta.

El experto considera que «nuestro imperio es la infancia», siendo la etapa que más nos marca en la vida

27 mar 2024 . Actualizado a las 17:08 h.

Sergi Rufi es doctor en psicología y lleva más de 25 años ejerciendo. Durante mucho tiempo estuvo ligado profesionalmente a la rama más académica, siendo profesor e investigador en la Universidad de Barcelona. Pero los últimos 12 los ha dedicado a la psicoterapia, «acompañando a las personas a vivir una vida con menos vergüenza y frustración, y más conexión, sentido y autenticidad». Ahora acaba de publicar La belleza de la rareza (Cúpula, 2024), un libro con el que pretende eliminar la culpa de toda esa gente que, como él, se siente «rara». 

—¿Qué es para ti la rareza?

—No es algo que me haya inventado yo, pero sí es algo que, cuando era niño, oía todo el rato: «Qué raro eres», «qué raros son». Como una especie de juicio. Y resultó que luego cuando lo hablaba con mucha gente, con muchos pacientes, ellos también lo han sentido y han recibido ese calificativo. No es algo que yo elija o ponga, sino que te lo pone la sociedad. ¿Qué es ser raro? Puedes ser estéticamente raro o internamente, aunque a veces coincide. Por fuera puedes parecer muy convencional y ser raro por dentro. Luego a nivel de rasgos psicológicos, alguien raro es alguien que no es frecuente, que no es clasificable, que es crítico, que es sensible, original, que tiene gustos diferentes y un mundo interior propio. 

—Clasificas cuatro formas diferentes de ver la vida. 

—En realidad, divido entre dos tipos de gente. Esa más replicante y la más evolutiva. La gente más replicante sigue las modas, hace lo que toca. Estaría más en un modo de vida uno, que sería la unión familiar. Eres uno con tu familia. Hay ejemplos claros: padre e hijo abogado. Ahí empezamos con una fusión familiar en la que a Luis (por ejemplo) le gusta, dice y hace lo mismo que al padre. Va a comer con los padres cuando toca, es un hijo normal común. Ojo, si una persona vive bien en este modo uno, está perfecto. Creo que hay un 50 % de las personas que son así y está bien para replicar el sistema. El tema es complicado cuando empieza el modo dos porque ahí ya se da la culpa y la vergüenza familiar.

—¿Qué sucede en ese modo dos?

—Es decir, sigo viviendo dentro del núcleo familiar, muy dependiente de él y a la vez me siento culpable e incómodo. Siento que no estoy completo. Ahí se inicia la búsqueda psicológica. Mucha gente que viene a verte en consulta viene en el modo dos, diciendo: «Me falta algo». Es una llamada a desarrollar más tu yo individual fuera de la familia; que sería el modo tres. Ahí se da la culpa individual. «Me he ido del núcleo, me he separado, me he ido de mi familia o vida pero me siento mal porque mi madre me dice que nunca la llamo, que no la quiero, que cómo soy así...». Existe un control todavía familiar grande que hace que yo, en mi propio camino, me sienta mal. Ese es el modo tres.

—¿Y el cuatro?

—El modo cuatro es el camino individual: estoy individualizado, llevo la vida que quiero. La familia no me impone, me juzga o manipula, coarta o controla. Básicamente, alguien que es evolutivo vive esos cuatro estadios, desde niño a adulto. Pero alguien que es más convencional o replicante se queda en el uno o el dos. Pero si vas al tres acabarás en el cuatro, seguramente. El tres y cuatro es donde estamos la gente evolutiva que, sin duda, hemos vivido los otros antes. 

—¿Cómo nos influye el trato que tenían nuestros padres con nosotros cuando eramos pequeños?

—Siempre hay un reflejo de cómo nos trataban nuestros padres de pequeños. Que sea más o menos visible, con un peso grande o no, está relacionado con el trabajo anterior y con nuestra forma de ser. Es decir, si yo soy un replicante cien por cien y me he quedado en el modo de vida uno, soy y me gusta lo mismo que mi padre. Trato a la gente como la ha tratado mi padre. Pero cuanto más lejos me mueva del modo uno, voy difiriendo un poco en ello. Con todo, nuestro imperio es la infancia: es lo que más nos marca. Sí, podemos salir de ahí, pero sigue siendo lo que más nos marca. 

—Denominas a la autosuficiencia como un virus, ¿por qué?

—Es un poco poético. Sentirse autosuficiente está bien, fingirlo es lo que es el virus. En realidad, todo el mundo quiere sentirse autosuficiente. Llevar una vida completa, ser feliz, decir que no necesita a nadie. Pero ese es el camino directo hacia la soledad. El virus de la autosuficiencia es la cara, la cruz es la autosoledad. Cuánta gente ha venido a consulta diciendo: «Qué felices son ellos y qué infeliz soy yo». Seguramente ellos son tanto o más infelices que esa persona. Están igual de vacíos o solos, o más. Imitamos a gente autosuficiente que en realidad se siente muy sola y nos acabamos sintiendo igual de solos que los que fingen ser autosuficientes porque necesitamos sentirnos conectados a la gente como nosotros. Tener amigos, pareja, familia. Al igual que pedir favores o ayudarnos mutuamente. Eso está lejos de la autosuficiencia. 

—¿Dirías que en la sociedad actual la autosuficiencia es mucho más contagiosa?

—Es un subproducto, un efecto colateral de la sociedad digital en la que todo el mundo aparenta estar bien, ser feliz y autosuficiente. Pero no es cierto. En la sociedad analógica éramos mucho más de contacto, tacto, grupo, familia. Y ahora cada vez más, cada uno a su rollo. Hacia ahí vamos. Sin embargo, quiero recalcar que yo solo describo, no hago juicios. 

—«Si tú no te quieres, nadie te va a querer». ¿Autosuficiencia o egoísmo?

—Una mezcla. Diría que incluso un lío. Como no hay valores humanistas éticos claros, tiramos de cosas que al final muestran una imagen nuestra que es un poco fea. «Si no vas a quererte tú, no vas a querer a nadie». Bueno, igual si me hubieras querido tú mucho, yo me querría a mi y podría querer a otros. Pero igual todo empezó porque tú, que me estás pegando bronca, pareja o padre, me hiciste no quererme mucho. 

—Habrá gente que aunque no te quieras a ti mismo, te quiera igual. 

—También, completamente. De hecho, hay gente que incluso te quiere más porque no te quieres tú. Estas frases tienen que ver con lo que hemos comentado antes, el virus de la autosuficiencia. Está descontextualizado, sí, pero es eso también.

—La felicidad y el bienestar, ¿qué son exactamente?

—Es un lío increíble. El bienestar sí puede ser algo más medible, de ahora mismo estoy bien. Porque estoy cómodo, estoy bien sentado, tengo agua, estoy hablando contigo de cosas que me interesan, tengo un día bien, he descansado bien… Todo eso puede ser bienestar. Sin embargo, la felicidad como tal puede ser un cuento chino que nos ha vendido América. O algo que tenga que ver con algo más grande que cómo me siento ahora. Tiene que ver con una vida con más sentido, más propósito, que haga cosas que me gusten, que mis relaciones las tenga con gente que me gusta. 

—¿La felicidad es más complicada de lo que se nos suele vender?

—Sí. Nos la venden como muy fácil, pero no es así. No todo el mundo tiene, por ejemplo, un trabajo que le encante en el que le paguen lo suficiente. No todo el mundo vive bien. Que todo te vaya bien en los diferentes ámbitos de la vida, es muy complicado. ¿Qué es felicidad? ¿Es una meta sagrada que todos caminamos hacia ella y nunca alcanzaremos? Sé que es una marca que vende muchos libros: «Cómo ser feliz en cinco minutos». Pero creo que hay mucho márketing ahí. Sé lo que es estar bien, como tú. ¿No? Pero ser feliz o no va cambiando. Unas veces sí, otras no. 

—¿Saber perder es uno de los caminos hacia la felicidad?

—Es importante saber ganar y perder. Saber en qué brillo y lo que me cuesta. Lo que me resulta fácil y lo que no. Si a eso le llamamos saber perder, sí, es muy importante. Saber ver qué parte de tu trabajo te gusta y qué parte no, y no negarlo. Ser un poco consciente de lo que tenemos, de lo que podemos mejorar y de lo que no vamos a conseguir. Por ejemplo, cosas que requieren de mucha paciencia, a mí personalmente, no se me dan bien. Saber un poco eso. Y a ti no se te darán bien otras cosas. Saber perder significa eso: conocer dónde están nuestros límites y aceptarlo. No todos hemos venido al mundo a hacer lo mismo. 

—Según tus palabras, solemos confundir ser sensible con vulnerable. 

—Sí y las dos se incluyen. Soy sensible y soy vulnerable, y viceversa. Pueden ser dos partes de la misma moneda. No pasa nada por ser vulnerable. Además, es que todos lo somos. Si a ti te dicen que tienes cáncer, ¿cómo te vas a sentir? Vulnerable. El tema es que no nos lo han dicho aún. No pasa nada por ser vulnerable. V de vulnerable y valiente. Reconocer que soy vulnerable es ser valiente. 

—Al principio de la entrevista me has contestado a qué es para ti la rareza. El libro va sobre la belleza de esa rareza. ¿Qué es para ti la belleza?

—¿Para mí?

—Sí, como psicólogo. 

—No diferencio al Sergi Rufi psicólogo del que no lo es (ríe). Es bello lo que es raro, pero no todo lo que es raro es bello. Pero lo que destaca, lo que es diferente, lo que es único… Lo que te atrapa sin querer, lo que te atrapa los sentidos sin querer. Un cuadro, una canción, una tela, un atardecer, una pieza arquitectónica, una frase de un libro… te atrapa. Es lo que te inspira, te eleva, lo que te saca de un fondo de un pozo de tristeza y te conecta con un amigo. La tristeza también puede ser bella. De hecho cuando no hay tristeza no hay profundidad. Si no hay profundidad no hay arte y si no hay arte, no hay belleza. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.