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Elena Francis, la

Una gran mentira

Elena Francis, la 'influencer' del franquismo... que era un hombre

‘El consultorio de Elena Francis’ fue el paño de lágrimas de las españolas desde 1947 ¡hasta 1984! El periodista Juan Soto Viñolo redactó las respuestas de Elena Francis durante 18 años, de 1966 a 1984. Cuando retiraron el programa, decidió salir a la luz y lo desveló en un periódico. Fue un gran shock.

Jueves, 25 de Abril 2024

Tiempo de lectura: 7 min

P está desesperada porque el señor de la casa en la que trabaja como sirvienta se mete en su cama todas las noches. «¿Qué hago, señora Francis?», pregunta angustiada.

‘R’ se ha quedado embarazada de su novio y el chico se ha desentendido de ella.

‘A’ pide una receta que excite sexualmente a su marido porque hace meses que no la toca…

En los años setenta, muchas cartas que llegan al consultorio radiofónico de Elena Francis están relacionadas con el sexo. Cuando este célebre programa comenzó su andadura, en 1947, las mujeres preguntaban remedios caseros para eliminar manchas del tresillo, recetas de cocina o ungüentos para combatir los sabañones. El programa fue cambiando con los años. Pero fue una evolución mínima. Nunca perdió el tono moralizante y conservador. Ni siquiera en los últimos años de su larguísima vida. Se emitió durante 37 años. Los últimos consejos de doña Elena Francis se escucharon en 1984: con Felipe González en la presidencia del Gobierno y el divorcio legalizado.

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Elena Francis soy yo. El periodista Juan Soto Viñolo redactó las respuestas de Elena Francis durante 18 años, de 1966 a 1984. Cuando retiraron el programa, decidió contarlo por primera vez, para desconcierto de miles de mujeres.

El consultorio de Elena Francis tiene un enorme poder evocador para varias generaciones. Con solo escuchar su sintonía -el tema Indian summer, de Victor Herbert-, millones de españoles se teletransportan a la mesa camilla del salón de su casa, al cuarto de la plancha o al patio de vecinos por el que subía el programa radiado desde distintos transistores.

Elena Francis acompañó a millones de españolas (y a algunos hombres, que también lo siguieron e incluso escribieron cartas) sin existir. Es un fenómeno único.

No existía esa matriarca sabia y serena. Y sus consejos fueron una labor secundaria. El consultorio de Elena Francis fue en realidad «la campaña publicitaria más exitosa de este país», explica la escritora Rosario Raro, autora de La huella de una carta (Planeta), novela protagonizada por uno de los muchos ‘negros’ que contestaron a cientos de miles de cartas que recibió el consultorio.

Juan Soto Viñolo confesó que a menudo se inventaba cartas truculentas para subir la audiencia

Elena Francis fue una magnífica campaña de marketing ideada por un matrimonio catalán para vender los productos de cosmética de su empresa. José Frade y Francisca Bes Calvet eran propietarios del Instituto y Laboratorios de Belleza Francis, fabricante de la crema de ojos Antirides Francis, «que elimina las arruguitas y combate las patas de gallo», según proclamaba la publicidad; y del Depilator Francis, la leche limpiadora S de Francis y otros productos.

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La voz de Elena. Maruja Fernández fue la última de las locutoras que pusieron voz a Elena Francis. El programa se emitía por las tardes, duraba media hora y respondía a siete cartas.

El programa nació en Radio Barcelona para vender cremas. Se ponían canciones dedicadas, se leían vidas de santos y ‘biografías ejemplares’ y se contestaban las cartas de las oyentes. Sus promotores tuvieron la genial idea de que fuera una mujer madura y con aura de sensata sabiduría quien prescribiera los potingues y consejos. El nombre de Elena Francis viene del de su inventora: Francisca Elena Bel Calvet. El consultorio se convirtió en entretenimiento, consuelo y compañía para muchas mujeres. Comenzaron a llover cartas con preguntas de todo tipo. Los Frade contrataron a un equipo de guionistas para que las contestasen. Todas: «Era política de la empresa», explica Rosario Raro.

Las cartas se conservan

«¿Te gusta escribir?», preguntaban los anuncios para reclutar escribientes. Para ser ‘contestador Francis’ había que tener máquina de escribir propia y no cometer faltas de ortografía. Y por supuesto era imprescindible la máxima discreción: la identidad de Elena Francis era secreta.

Estos escribientes se ocupaban de la mayoría de las misivas. En 2007 se encontraron cien mil de esas cartas en la masía abandonada de la familia Frade. Ahora se custodian en el Archivo Comarcal del Bajo Llobregat y diez mil de ellas están digitalizadas. Se pueden consultar.

El programa fue una campaña de ‘marketing’ ideada por un matrimonio catalán para vender cremas

Por supuesto, las respuestas que redactaban los ‘guionistas contratados’ eran supervisadas por un equipo del que formaron parte sacerdotes y psicólogos. Solo se contestaban por radio unas cartas escogidas. Para las voces de la misteriosa Elena Francis -que no concedía entrevistas, porque era muy celosa de su intimidad- los Frade contaron con varios locutores; la última fue Maruja Fernández. Los oyentes identificaban su aspecto con el de la madura consejera.

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Entregadas. Había muchas censuras: nada de incestos ni métodos anticonceptivos ni ‘bodas de penalti’. Y cuidado con la homosexualidad: si el marido ‘se desviaba’, es que la mujer ‘no se empleaba a fondo’.

Detrás de cada respuesta encabezada casi siempre por un inconfundible «querida amiga», había algún guionista enmascarado. También hubo varios. A partir de 1966, el encargado de responder a mujeres que firmaban sus cartas como «Una sufridora», «Un corazón herido», «Burlada» o «Atormentada» estaba el periodista especializado en información taurina Juan Soto Viñolo.

Él solo (ayudado de enciclopedias) respondió a las consultas del programa durante 18 años, excepto a las de belleza, de las que se encargaban desde el laboratorio cosmético. «Hacía el papel de Internet, preguntaban de todo, dónde está el Consulado de Suiza, qué hacer para ser actriz…», apunta Rosario Raro.

Soto Viñolo, que murió hace tres meses, contó en su libro Querida Elena Francis que el programa trató «todos los temas excepto política y aborto». Confesó que periódicamente se inventaba cartas truculentas para aumentar la audiencia. Y reconoció muchas censuras: nada de incestos ni métodos anticonceptivos ni ‘bodas de penalti’. Y cuidado con la homosexualidad: si el marido ‘se desviaba’, es que la mujer ‘no se empleaba a fondo’.

Juan Soto Viñolo resumía así sus consejos a las mujeres víctimas de adulterio: «Paciencia en los años sesenta, que se fueran con su madre en los setenta y que se divorciaran en los ochenta». El programa retrató una época. «Usted es la única persona que puede ayudarme en esta vida». «¿Qué puedo hacer?» se despedía, suplicante, ‘Rosa marchita’.

Cartas (y respuestas) tremendas

Hubo cartas que narraban abusos y graves delitos, las cuales eran contestadas con consejos terribles.

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