«The Curse», en SkyShowtime, ¿televisión gourmet o ladrillo insufrible?

Carlos G. Fernández MADRID / COLPISA

PLATA O PLOMO

Nathan Fielder y Emma Stone, en la serie
Nathan Fielder y Emma Stone, en la serie

Emma Stone, Nathan Fielder y Benny Safdie firman una de las series más corrosivas de los últimos años

28 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La perspectiva de una serie de diez horas, sin acción o crímenes traumáticos, sin misterio que resolver, puede hacérsele cuesta arriba a muchos. Pero a veces hace falta, si lo que queremos contar es muy enrevesado o queremos cubrir muchas áreas. The Curse, desde luego, pisa muchísimas zonas de la conversación pública actual. Diez horas donde, además, los temas que se tocan pueden ser tan áridos como el papel del arte, la gentrificación, la conciencia social, la ecología o la apropiación cultural. Pero que no se nos quiten las ganas, que hay un twist.

Hay que mirar los créditos, y enseguida veremos el gato encerrado. Tenemos a Emma Stone, justo coincidiendo en cartelera consigo misma en Pobres criaturas (aquí hay similitudes, aunque la monstruosidad, en este caso, va por dentro). Tenemos a Benny Safdie, de los hermanos Safdie, amantes de todo lo turbio. Y por último tenemos a Nathan Fielder, un comediante maestro del incómodo que nos regaló el año pasado Los ensayos (disponible en HBO) y antes la descacharrante Nathan for you.

The Curse es una de las grandes apuestas de SkyShowtime coincidiendo con su despegue en España. Cuesta un poco comprender ese parón de un mes que hubo en mitad de la serie, pero su sentido tendrá en la estrategia empresarial: al menos debíamos contratar dos mensualidades.

La serie sigue a una pareja rica que propone una innovación inmobiliaria: unas casas pasivas, que no consumen electricidad, y nos lo cuentan a través de un reality mañanero de reformas. Pero no les vale con hacer sus casas y grabarlas, quieren revolucionar el pueblo entero (Española se llama) y arreglar todos los problemas de la gente en un derroche de caridad que no les ha pedido nadie, dando la matraca con todas las injusticias sociales que ellos no sufren y tratando de salvaguardar su imagen de artistas (celebrities) activistas, un cóctel tremendo. Stone y Fielder son la pareja, con personalidades bien distintas, y Safdie es el excéntrico director del documental.

Incomodidad

Explicar la trama de The Curse es todo un reto. Porque también se lanzan un par de maldiciones, que por supuesto vivirán alimentadas por la sugestión del recto y matemático Fielder (y en el espectador, por las ganas de saber si hay o no magia, si solo será chiste y engaño). Menos difícil es explicar la inmensa incomodidad que genera la pareja en todas las personas que tienen que sufrirles, porque son de plástico, niños grandes jugando a las casitas.

Y el montaje y la planificación de la serie juegan de maravilla a incomodarnos, con unos silencios más largos de la cuenta en el peor momento, unas músicas difíciles de identificar, entre el siniestro y el ridículo, y una planificación que siempre que puede poner objetos desenfocados en primer término, entre el espectador y los personajes. Además, la trama principal se graba en un perfecto scope (2:35, el formato panorámico del cine), con una fotografía contrastada y tirando a oscura, y las partes televisivas pasan a un saturado 16:9 que enfatiza el ridículo de la performance. La serie es muy ambiciosa, aunque sus escenarios y temas parezcan prosaicos. Y busca a un espectador al que, en muchos momentos, va a poner a caldo.

Gran parte del disfrute de esta serie puede venir de conocer previamente a Fielder, y del mismo modo no saber nada de él puede jugar en contra. Porque genera una gran expectativa, y es genial ser conscientes todo el tiempo del potencial cómico del que es capaz y aquí decide guardar, quedando como un personaje casi tan irritante como el de su esposa. Una de las especialidades de su carrera es el falso documental, el falso reality y todo lo que hay en medio, y aunque aquí se habla de telerrealidad y cómo mata la espontaneidad, no lo es todo.

La serie es larga y da para mucho, pero más larga se le hará a quien tenga menos contexto. No obstante, superando la mitad ya todo va rodado, los personajes han ganado con los minutos y la cosa se ha puesto tensa, con el conflicto siempre espoleado por el personaje de Safdie, que baila con la muerte, el exceso y el desastre.

No obstante, la protagonista clara, efectivamente, es la Green Queen, Emma Stone, hija de salvajes poseedores de cientos de inmuebles, que ahora quiere desligarse de ellos porque socialmente son un horror, y ella quiere ser inmaculada, que no le hablen de que sus casas modernas gentrifican a la velocidad del rayo, que no le acusen de poco respetuosa con los nativos del lugar, y sobre todo, que nadie le diga lo ridícula que es. Un personaje insufrible y mimado por el mundo que no tolera la frustración porque nunca ha tenido barreras. Y arrastra a su marido, nada convencido de todo esto, a hacer el bien con mayúsculas que, de nuevo, nadie ha pedido. Y él, en parte por amor y en parte por desesperación y miedo a la soledad, se convierte a esta nueva religión pasándose ocho pueblos.

Porque esta serie que es un martillo sociológico no se iba a dejar sin destrozar a la institución de la pareja, sobre todo esta tan especial que lo hace todo forzado, exagerado, de cara a la galería. Todos los secundarios, divertidísimos, se quedan de piedra escuchando hablar al condescendiente personaje de Stone, con su perenne sonrisa forzada. Es una marciana absoluta que tiene un manual teórico sobre hacer el bien, pero le falta la parte práctica, la de entender que la socialización a veces implica escuchar más y hablar menos. Y la mirilla que tenemos a su intimidad nos muestra sus miserias, sobre todo en la pareja.

Esos espejos deformantes que recubren toda la casa-cárcel son como ella debe ver el mundo. Y luego, por supuesto, está el último episodio. Una maravilla con un chiste de cuarenta minutos, manera igual de buena que cualquiera de terminar la serie, porque la trama daba igual. Lo importante eran los temas (y los martillazos).